El juego de los estatus alto y bajo es muy utilizado en el teatro de improvisación entre los diferentes personajes. Durante una escena o secuencia de escenas improvisadas, los personajes principales tienen que evolucionar de un estatus a otro, llegando a converger en punto intermedio o revertiéndose la situación inicial.
De hecho, no es una característica típica y exclusiva de la impro, sino más bien es una herramienta universal de cómo se cuentan las historias y cómo se construyen personajes interesantes para el lector o el espectador. Al final ni Alonso de Quijano era tan loco soñador ni Sancho Panza tan cuerdo y sereno. Ambos aprendieron algo el uno del otro.
Cuando un actor de improvisación, por falta de experiencia, se aferra a un estatus alto, suele producir un rechazo inconsciente en el público. A todos nos caen mal los tipos malos, los tiranos, los arrogantes… ya que nos resulta más complicado empatizar con ellos, incluso si nosotros lo fuéramos. Los malos siempre son los otros.
En estas situaciones, este empecinamiento pueril suele acabar con una situación abrupta que lo elimina fulminantemente de la escena: una muerte macabra o irónicamente estúpida para el regocijo del espectador.
Las comparaciones dañan nuestras finanzas personales
¿Y qué tiene que ver todo esto con las finanzas personales? Pues más de lo que parece a primera vista. Es muy frecuente compararnos con los deportistas o actores célebres y pretendemos llevar el estilo de vida que ellos pueden y quieren llevar.
Cuando un futbolista de élite, cuyo salario ronda los 30 millones de euros, se compra un coche de superlujo de unos 3 millones de euros, nos escandalizamos y nos echamos las manos a la cabeza. ¡Menuda inmoralidad! ¡Tres millones de euros en un coche!
Ese exorbitante capricho supone tan sólo un 10% de su salario anual o lo que es lo mismo menos de mes y medio de su trabajo. No entro en valorar si me parece bien o mal que un deportista gane esas cantidades ingentes de dinero ni lo voy a comparar con otras profesiones con una mayor importancia social. Esa no es la cuestión de fondo de este artículo y tampoco nos ayudaría a progresar a nosotros mismos.
Sin embargo, nos resulta natural que una persona media con un salario medio de 30.000 euros anuales adquiera un coche de gama media alta por 30.000 euros. Ni manos en la cabeza ni gritos en el cielo. Cuando esto sí que es realmente escandaloso.
¿Por qué es escandaloso que una persona media se compre un coche de gama media-alta?
Hay muchos motivos:
- El valor nominal de la compra supone el salario de todo un año. Comparándolo con el deportista de élite, el trabajador medio paga en términos relativos diez veces más caro por el mismo producto. ¡Diez veces más, un 1000%! ¡Menuda locura!
- Este bien –ya caro en sí mismo– pierde automáticamente valor justo en el preciso instante en que abandona el concesionario. Y de manera exponencial. Compara los precios de un vehículo de “km cero” con los completamente nuevos. No conozco ningún otro producto cuyo valor se reduzca tan drásticamente como con los automóviles, exceptuando lógicamente los de colección o piezas muy exclusivas.
- A tenor de la baja cultura financiera, es muy probable que el comprador piense que ha adquirido un bien activo, cuando en realidad es un pasivo. ¿Qué son los activos y los pasivos financieros? Básicamente, los activos son los generadores de ingresos y los pasivos son las cargas, es decir, los gastos. Para que quede bien claro, los activos son los flujos de entrada de dinero a tu bolsillo y los pasivos, las salidas. El coche ya en uso, e incluso parado, sigue ocasionando numerosos gastos tanto mensuales como anuales: combustible, seguro, mantenimiento, inspecciones técnicas, reparaciones, aparcamiento… y no aporta ningún ingreso económico. Un balance negativo.
- No sería extraño que el coche hubiese sido financiado con ayuda externa mediante un crédito. Y esto es más grave de lo que parece.
- En primer lugar, denota nuevamente una falta de cultura financiera, ya que lo más saludable habría sido establecer un plan de ahorro adecuado y consecuente con el deseo y las posibilidades reales de compra del interesado. Es decir, se tenía que haber seguido el siguiente esquema:
- En segundo lugar, el prestatario deberá devolver los créditos a los acreedores con unos intereses, haciendo que el precio de compra real suba. Además, cabe añadir que los créditos de consumo tienen los intereses más altos en comparación con los créditos hipotecarios. Se castiga severamente la mala praxis y la falta de conocimiento. Por tanto, finalmente no se habrá desembolsado 30.000 euros, sino una cantidad mayor, probablemente entre un 10-20% más dependiendo de la cantidad mensualidades prefijadas en el crédito.
- Los créditos son deudas y, como tales, un pasivo. Es decir, que en este ejemplo el trabajador medio adquiere un producto que implica dos pasivos simultáneamente: el coche en sí mismo (punto 3) y el crédito para pagarlo.
- Y por si fuera poco, aún hay más en este punto. Cuando realizas un consumo mediante financiación con intereses, estás hipotecando y limitando tu capacidad de ahorro a tu yo del futuro.
Cada euro que tienes que devolver son las futuras horas de trabajo que le robas a tu propia vida por el capricho de una compra mal planificada en el pasado.
De alguna manera, le estás diciendo a tu yo del futuro: “Me importas una mierda”, como si ingenuamente pensáramos que no están conectados el uno con el otro. Es muy probable que tu yo del futuro se avergüence de las decisiones que tomó tu yo del pasado.
Nunca hay que olvidar que:
Tu situación actual es consecuencia de tus circunstancias y tus decisiones propias del pasado.
Tu futuro empieza con tus nuevas decisiones tomadas hoy.
¿Por qué entonces nos compramos un coche que no podemos pagar?
La idea de comprarse un coche por un importe igual (o superior) al propio salario mediante financiación es una decisión errónea. También se ha explicado que buena parte del problema se debe a la ignorancia y a la falta de conocimientos del tema. Pero no es el único motivo por el que se acaba ejecutando la operación.
Y aquí como un buen guión de cine, vuelvo al principio.
Hay un componente emocional que desempeña un papel fundamental: el estatus, concretamente el estatus alto. Los coches, especialmente los de gama media alta, son para muchos un signo de éxito, de poder, de opulencia que pueden provocar la envidia de tu vecino, de tu primo o de tu cuñado pesado… Con tu auto nuevo, les puedes mirar por encima del hombro o puedes fardar delante de tus amigos.
No obstante, como bien ocurre en la impro, al cabo de unos pocos meses, tu flamante coche nuevo –no importa lo bueno, lo bonito que sea ni las chorraditas que lleve incorporadas– se emborronará en la sucia nube de coches vulgares que pueblan nuestras ciudades. Será simple y llanamente uno más, pero el agujero de tu monedero será más grande. Y será sólo tuyo.
La punta del iceberg
Francamente, el asunto financiero no es lo peor de todo, es tan sólo la punta del iceberg. Cualquier producto de estatus (dándole uno mismo ese valor) subyace un problema de dimensiones aún mayores y sutiles.
Al final, tu felicidad depende del poseer y no del ser y tu confianza y autoestima de la aprobación de los demás. A medio-largo plazo, te cansarás de ese producto (no te mantiene el estatus alto deseado) y necesitarás otro y luego otro. Nunca estarás lo suficientemente saciado en esta espiral de hiperconsumo, generándote más frustración y más ansiedad.
En el momento que el SER retome la importancia que nunca tuvo que perder y venza por encima del simplemente poseer, en el momento que tu consumo sea responsable, respetuoso con el medio ambiente, pero sobretodo contigo mismo y con tus valores más intrínsecos y sea acorde con tus necesidades vitales que profundamente te hacen feliz tanto en el presente como en el futuro, en ese preciso momento, habrás dado un paso enorme para tu paz interior, para la salud y el crecimiento de tus finanzas y, lo más importante, para el control de tu vida.
Lee, infórmate, compara, decide y actúa.
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